domingo, 26 de abril de 2009

Pongamos que hablo de ti (o de mí).


Sólo quiero que funcione mi mundo (y el tuyo). Que el deseo llame a mi puerta tantas veces como quiera y que tu sonrisa me apetezca veintisiete veces al día. Y que siempre que me apetezca estés ahí, delante de mí, sonriendo a mi sonrisa, para poder matar cuanto antes las ganas de tenerte cerca. Quiero que me conozcas y me rechaces por lo que soy, antes de que me aceptes por lo que crees que soy. Que olvides lo que hubo antes de ti (o de mí), y no pienses en lo que habrá después. Si yo puedo hacerlo, tú también. Que no me importan los secretos, a partir de hoy tenemos todo el tiempo del mundo. Vamos a buscar el equilibrio perfecto, que la velocidad a la que nos acercamos sea la misma que la que nos atrae. Ni más. Ni menos.



Qué extraña sensación.

miércoles, 8 de abril de 2009

Deseos de cosas imposibles.

Si existiera alguna manera me encantaría recibir un informe con los datos estadísticos de toda mi vida. La cantidad de veces que he besado clasificadas de 0 a 100 en función del contenido en pasión o cuántos centímetros cúbicos de lágrimas he derramado desde mi primer llanto. El número (infinito) de sonrisas que he dedicado y me han dedicado, o la cantidad de veces que he pronunciado (o escrito) la palabra infinito por cada mil palabras. Las pulsaciones medias por minuto cada vez que estás cerca, el número de veces que he dicho te quiero o la edad media de todas las personas que he conocido a lo largo de estos veintidóscasitres años. La cantidad exacta de botones desabrochados y los orgasmos alcanzados medidos en decibelios A. Las veces que me he enfadado sin razón, con razón, con corazón, y la cantidad de ellas que lo olvidé en menos de seis minutos. Las veces que tropecé con la misma piedra, los metros de cuerda de los que tiré hasta que se rompió, los centímetros cúbicos de arena desalojada por mis huellas. El número de secretos que he guardado, los que aún guardo, y las veces que me han traicionado contadas en cicatrices en el alma y en la piel. Los mensajes que he enviado, y los que empecé pero nunca envié. La cantidad de horas que he pasado escuchando mi canción favorita, las que la he tarareado, las que ha sonado por casualidad. Las personas que he conocido también por casualidad, los segundos que he pasado echando de menos y los que han pasado echándome de menos. Los pasos que he dado hacia delante y los que dado hacia atrás, los kilómetros que he recorrido, las veces que he pronunciado tu nombre…


(…y los días que tardé en descubrir que odiaba estar hoy a diez centímetros de ti y mañana a diez años luz. Muchos, demasiados.)

domingo, 5 de abril de 2009

Y Entonces Ocurre

Vuelvo a ser la chica de las cientocincuentaytres sonrisas cada media hora, las carreras por el defecto de puntualidad, la que olvida el móvil en cualquier rincón. La que ordena sus ideas de camino a la escuela y tiene tan mala cabeza que lo arregla escribiéndose en la mano la vida en verso. La que desea que se pase pronto el frío para pasar todas las noches de verano tomando la luna, esperando que baje un cometa o pase un platillo volante. La chica convencida que la primavera no es una estación sino un estado, y colecciona fotos que encuentra por ahí. La que espera cada semana que llegue el viernes para comprobar que en las calles de Madrid tienes suficiente para no dormir. Y en menos de medio año en París, y volver al vicio de enloquecer al personal entre las dos. La misma que necesitó poner tiempo de por medio para mirarlo con la conciencia tranquila, con la rabia precisa. Y dejar de invertir en causas perdidas.

Cuelgo las zapatillas de huir deprisa. Está prohibido pensar. He bajado la bandera, vuelvo a estar en pie de paz cansada de pasar veinticuatro horas diarias a la defensiva convencida de que las emociones son armas de doble filo. Quiero que me cuentes dónde estabas entonces, a qué dedicas las horas perdidas, pero no necesito velocidad, con este tiempo cualquiera está en el momento, en el lugar. Qué te hace sonreír de esa manera. Abandono la cuerda floja sin un pie decidiendo si me dejo caer o pongo el otro para caminar, esta vez sólo saltaré si me da la gana.


Y todos mirando para ver hasta dónde llega el salto.