lunes, 4 de enero de 2010

Te lo dije, si me das un roto te hago un descosido.


No vale. No vale que digas que no era el momento. Los momentos son los que son y punto, no se pueden elegir, no son la excusa. Y llegas como si nada, y a la cuarta protestas porque te he dirigido tres palabras y tres borderías, y tú no eres así, y me miras y pones esa cara de me importas y jaque mate a los ciento veintitrés argumentos que he repetido durante el último mes y medio. Que los dos sabíamos que esto iba a pasar, tú sabías que yo venía (y viceversa). Y evito tus ojos en un esfuerzo por hacerte entender que las cosas no funcionan así, que era el peor momento y qué, que te habría bajado la luna si lo hubieras pedido. Y ya ni te escucho, ya sólo pienso en la manera tan tonta de complicarme la vida, y en ójala no te hubiera conocido nunca, y en que hubiera sido capaz de apostármelo todo a doble o nada, y en el te lo dije de la rubia. No me dijiste nada. No dije nada porque para mí hay ciertas cosas que están im-plí-ci-tas cuando se demuestran, si sólo faltaba un cartel de eh, idiota, que me encantas. Y tú decides por tu cuenta y riesgo que seis meses no son nada, que a la vuelta será más fácil, que todo será como antes. Y me río porque en ese razonamiento has dejado fuera infinitas variables mientras finjo sin éxito que has dejado de importarme. Y haces que ya no sepa si me muero de ganas de llorar o de matarte por el mes y medio que me has hecho pasar. Las cosas claras, pero tú por tu parte y yo por la mía, o eso es lo que querías. Eso sí, has perdido todo el derecho a preguntar si hay alguien más. Cada vez (te) entiendo menos.


Pequeña sonrisa de Amélie… me tienes ganado.