domingo, 5 de abril de 2009

Y Entonces Ocurre

Vuelvo a ser la chica de las cientocincuentaytres sonrisas cada media hora, las carreras por el defecto de puntualidad, la que olvida el móvil en cualquier rincón. La que ordena sus ideas de camino a la escuela y tiene tan mala cabeza que lo arregla escribiéndose en la mano la vida en verso. La que desea que se pase pronto el frío para pasar todas las noches de verano tomando la luna, esperando que baje un cometa o pase un platillo volante. La chica convencida que la primavera no es una estación sino un estado, y colecciona fotos que encuentra por ahí. La que espera cada semana que llegue el viernes para comprobar que en las calles de Madrid tienes suficiente para no dormir. Y en menos de medio año en París, y volver al vicio de enloquecer al personal entre las dos. La misma que necesitó poner tiempo de por medio para mirarlo con la conciencia tranquila, con la rabia precisa. Y dejar de invertir en causas perdidas.

Cuelgo las zapatillas de huir deprisa. Está prohibido pensar. He bajado la bandera, vuelvo a estar en pie de paz cansada de pasar veinticuatro horas diarias a la defensiva convencida de que las emociones son armas de doble filo. Quiero que me cuentes dónde estabas entonces, a qué dedicas las horas perdidas, pero no necesito velocidad, con este tiempo cualquiera está en el momento, en el lugar. Qué te hace sonreír de esa manera. Abandono la cuerda floja sin un pie decidiendo si me dejo caer o pongo el otro para caminar, esta vez sólo saltaré si me da la gana.


Y todos mirando para ver hasta dónde llega el salto.

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