lunes, 8 de septiembre de 2008

Un día como hoy

Me encanta levantarme de la cama y que no-haya-nadie en casa. No es que tenga mal despertar pero hay dos de los tres miembros de mi familia que se despiertan con las ganas de hablar acumuladas. Y yo me tomo el tiempo necesario para beberme sin prisas un café corto de café y con leche fría en mi vaso de toda la vida que alimente mis energías de efecto retardado mientras me dedico a pensar en las de sobra conocidas musarañas. Cualquier palabra anterior a ese proceso no hará más que aumentar mi ya consolidada y familiar fama de borde, que todo sea dicho, ganada a pulso durante años. Pero la cosa cambia considerablemente si con el que coincido de buena mañana es con mi padre, somos iguales, qué le vamos a hacer. Buenos días en el mejor de los casos, y cada uno de vuelta a sus musarañas, con la radio como sonido de fondo, y generalmente interrumpido por uno de los otros dos seres con ganas desbordantes de conversar. O incluso por los dos, y pasar en segundos de un estado de sopor y tranquilidad a un completo caos de crecimiento exponencial... Así que un día como hoy, que me despierto y remoloneo en la cama durante más de cien minutos, que me tomo despacio mi café (sí, mamá, con leche fría...) y no tengo que contestar al mismo batallón de preguntas de todos los días... seguro que va a ser un buen día.

Seguro.

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